Clapper Txt_Álvaro Arellano

Esa lógica de buscar una linealidad a todo cae por su propio peso cuando la misma trama echa por tierra cualquier suspicacia de coincidencia con la realidad. Los blancos y los negros nos delimitan al convertirse en unidad de medida para el espectador, olvidando los grises y apartándose de esa adrenalina que genera el vacío. Permitirse dejar la puerta entre abierta a la incertidumbre, posibilita entregarse a una experiencia sujeta a los hechos, y no a lo que uno quiere que suceda, brindándose al placer de amar la trama más que el desenlace.

Los planos coquetean con una Cordillera de los Andes que finge ser una estructura sólida e inmóvil, cuando en realidad es precisamente un símbolo que une y delimita regiones, ofreciendo también la inmensa soledad que habita en la cumbre. «Yo quería que la trama se aleje un poco del realismo, y los blancos y negros eran un símbolo visual interesante», explica Santiago Mitre, director de esta obra, poniendo énfasis en ese matiz de extrañamiento que aporta la geografía, un actor más en la trama.

Claro que con semejante espacio escénico no había manera alguna de escatimar con la calidad actoral que retrata las alternativas y el entorno de un presidente ficticio. Ricardo Darín encarna ese papel protagónico como Hernán Blanco, quien verá condicionada su participación en una cumbre presidencial por el estado de salud mental de su hija Marina, interpretado por Dolores Fonzi. Erica Rivas como Luisa, asesora del primer mandatario, y Gerardo Romano en el papel de Jefe de Gabinete, aparecen como pilares fundamentales en este viaje que atraviesa turbulencias imprevistas.

El hombre común

«Empecé a escribir cuando supe que Ricardo iba a ser el protagonista», asegura Mitre, que también reconoce la intencionalidad de vaciar de características al personaje, dando lugar a que el entorno lo llene de atribuciones. Un tipo tibio, que se muestra molesto con el nudo de la corbata y que responde «depende» a preguntas que llaman a respuestas concisas. La mediatización de su imagen lo expone a una fragilidad tal que al propio director pareciera quitarle el peso de caer en la responsabilidad de identificarlo con alguna figura histórica, lo cual generaría ciertos resquemores en esa búsqueda desesperada del espectador por encontrar coincidencias terrenales.

«Se trabaja como este supuesto hombre invisible resulta no ser tan invisible, sino manipulador y especulador», analiza, sin dar mayores precisiones para velar por la integridad de la trama, marcada por una asunción prematura y el viaje del Jefe de Estado a una cumbre de representantes latinoamericanos, donde se definirá una política crucial para la explotación de un yacimiento petrolífero. Es que el nudo secundario del relato pasa a tomar un rol preponderante y a tener una injerencia impensada desde el inicio en el desenlace de la cuestión central que es esa reunión de mandatarios. «El personaje (Hernán Blanco) no es que se transforma, sino que está oculto y se va develando», esto, conforme a la fuerza que comienza a tomar el comportamiento de su hija Marina, en ese paralelismo con un fenómeno íntimo que lo termina amenazando.

Recuerdos que mienten un poco

A poco de llegar a Chile, Marina Blanco sufre un brote psicótico que demanda la atención de su padre, desviándole la atención sobre el cónclave. Al ser intervenida empiezan a aflorar recuerdos difusos, desestimados por el mismísimo Blanco. «Lo que le pasa a ella es como la expresión del camino sinuoso que empieza a tomar el personaje de Ricardo», desliza Dolores Fonzi, que representa una gran contraposición a los protocolos establecidos, manifestando una rebeldía física y mental que pide a gritos la reacción del protagonista.

En ese afloramiento de imágenes fotográficas se genera un vacío entre la firmeza de los recuerdos de Marina, y la desestimación de Blanco, dejando casi a criterio exclusivo del espectador la legitimidad de los hechos. Bien lo piensa Fonzi como “el prejuicio de que el padre tiene los pies en la tierra, y la loca es la hija, pero en realidad ella quiere lograr que algo se ordene, quiere traerlo a la realidad”. Sobre ese criterio de incertidumbre y de indagarse constantemente como espectador naufraga la película.

“Me gusta pensar en todas las posibilidades porque eso me deja con un abismo que me gusta, te deja puertas abiertas y te da aire a pensar miles de cuestiones”, sintetiza un poco la protagonista en referencia a la fuerte dosis existencial con que nos interpela constantemente la trama. “El mundo de la política es un poco así”, analiza mientras se queda pensando y concluye: “Es un agujero negro que nadie sabe bien hasta dónde llega, y hay algo de la película que tiene ver con la idiosincrasia de la política misma”